Subo a la azotea de mi edificio.
Entre antenas de sky, cables, tanques de gas y jaulas de tender ropa, enciendo un pitillo. El humo se va hacia arriba, a arrejuntarse con el smog. Al alzar la cabeza, en la primera mirada, se alcanzan a ver dos estrellas en el cielo parcialmente nublado. Miro el tráfico del segundo piso del periférico. Levanto la cabeza por segunda vez y me percato de que la segunda estrella era en realidad un avión distante. Sólo una estrella en el cielo de México.
Giro hacia el poniente. Noche fresca. Tras las arboledas del club japonés y algunas residencias, alumbrados el campo y la pizarra, se alcanza a ver el filo de la media luna y el outfield del campo 1 de La liga Olmeca.
Es reconfortante saber que se celebra un partido de beisbol en alguna parte, bajo el sucio cielo de esta ciudad.
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